Opinión

Tuitéame y te diré quién eres

El día en el que creamos una cuenta de Twitter nadie nos avisó de que quedaríamos registrados en la nueva nube de la opinión pública mundial de por vida, marcados con un código, con nuestro nombre insertado en un fichero que cualquiera puede consultar a cualquier puñetera hora del día y sin necesidad de otorgarnos el beneficio de la duda. El precio era ese, la accesibilidad, la universialidad. Del partido de tenis que millones de egos superficiales juegan día a día (incluso en 140 caracteres) no nos alertaron. Lástima.

Podríamos preguntarnos, de primeras, para qué sirven las redes sociales. Enumeremos. Mantener el contacto con amistades. Me vale. Enterarnos de la actualidad, bien del ‘gossip’ o bien de los asuntos más serios. Por cierto, para estos segundos existe una maravillosa herramienta que se llama ‘medio de comunicación’, al que ni de lejos le deberían hacer falta ‘twits’ ni ‘estados’. En fin, podemos perdonarlo.

Llegamos al punto álgido. ¿Sirven las redes sociales para escenificar una prolongación de nuestra personalidad, obra, milagros, andanzas y, sobre todo, de nuestros valores? Probablemente, en muchos casos, sí. Pero a menudo nos olvidamos de algo. Entre nuestra personalidad y el escaparate de las redes sociales existen miles de circunstancias que emborronan la esencia del mensaje. Y lo que fomentan las redes sociales, aunque nos cueste reconocerlo, es el monopolio de la primera impresión.

Veamos un ejemplo práctico. Regularmente subyace la cuestión del llamado ‘postureo’. Aquí suele prevalecer el juicio generalizado de no tomarnos demasiado en serio toda la retahíla de banalidades y minucias que los ‘animales sociales’ de las redes propagan. “Es puro postureo”, solemos decir.

Entonces, en este momento avistamos la verdadera paradoja. ¿Cómo somos capaces de pasar de un escepticismo tan acuciante a una iracunda sed de linchamiento y ajusticiamiento pseudocriminal como ha ocurrido en el caso de Guillermo Zapata?

Él mismo (no su ‘alter ego twittero’) aclaró desde un primer momento que se trataba de un chiste, que además estaba encuadrado en un experimento sociológico, con un contexto... No tienes nada que hacer, Guillermo. Seguramente, con anterioridad y posterioridad, hayas mostrado retazos de tu vocación de ayuda social, de cooperación, de tu identificación con la cultura inclusiva y la acción creativa pero... para siempre serás un nazi proetarra. Lo dice tu ‘Twitter’. Y va a misa.