Opinión

Hasta siempre cura de la moto

Me ha producido gran tristeza la muerte del padre Florentino Zubiaurre, igual todavía estoy sensible por el fallecimiento hace escasos tres días de la muerte de mi suegro Jesús María Lasheras, pero me ha producido mucha tristeza, eso y un sentimiento de cierta culpa ya que llevaba más de dos años queriéndolo visitar allí en el Santuario de Loyola. La vida, el ajetreo, el trabajo, la familia, unido a cierta dosis de pereza y a que nunca te viene bien, han hecho que lo fuera dejando y ahora sea demasiado tarde. Me queda la felicitación navideña que año tras año nos intercambiábamos, felicitación de las de antes, de las de letra escrita, sobre y sello.

Zubiaurre ere muy querido y apreciado por mí, muy amigo de mi padre, recuerdo la Misa que le dedicó en su pequeña parroquia cuando éste murió, su homilía estuvo tan llena de cariño que me impactó.

“El Zubi”, “el cura de la moto”, era la viva estampa del cura de pueblo, cura de los de antes, con sotana o traje y alzacuellos. Eso sí motorizado y con infinidad de bolsas de plástico al viento, colgadas por cualquier lugar de su Vespino. Pero si algo le caracterizaba a este cura era su amplia y constante sonrisa, esa persistente sonrisa que hizo que de críos, en jesuitas le llamáramos “hermano conejo”. Cura feliz, humilde y entregado. Cura querido por todo Tudela de la que se hizo estampa viva con su casco, su moto y su rostro sonriente.

Pero lo que muchos no sabrán es que además el Padre Zubiaurre estuvo muy vinculado al Frontón, alguna vez sustituía al padre Santiago Marco, otro cura bondadoso, cuando éste no podía acudir en la Misa de Campaña que se celebraba el Día del Socio. Además Zubiaurre fue el encargado de bendecir las nuevas instalaciones de la Sociedad cuando nos vimos obligados a dejar los terrenos de siempre y trasladarnos a la calle el Portal. Asimismo fue promotor de una de las actividades de más éxito que hubo en el Frontón como fue la recogida de juguetes en Navidad, juguetes que llevaba en un camión pequeño para los niños más desfavorecidos de su parroquia de la Virgen de la Cabeza, recuerdo que los socios se volcaron con esta actividad y cientos de juguetes entraban y salían por nuestras oficinas. Y finalmente fue designado socio de Honor de la Sociedad en el año 1997.

Recuerdo que entonces, en la ceremonia donde se le nombró socio de honor se destacó su humildad, su sonrisa y su dedicación a los demás, de hecho Jesús Mari Arellano dijo en una poesía improvisada. “Qué grande es tener hoy a un hombre humilde como él, merece esto y mucho mas solo por ser como es”.

Sirvan estas líneas como descargo de mi pereza y sobre todo como agradecimiento a su dedicación, humildad y generosidad, como agradecimiento a su sonrisa eterna y sobre todo a su amistad.