Opinión

Diario Santanero (Episodio 6 y epílogo) - Por construcción espontánea

Aún necesitando una estructura que nos venga dada, jamás disfrutaremos de las fiestas si no tenemos claro que su mejor garantía de éxito es vivirlas con improvisación, sin esquemas prefijados y liberados de prejuicios.

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photo_camera Foto: Mikel Arilla

Llego un día tarde. La depresión posfiestas se lleva mejor con algo de reposo.

Volví a cumplir la tradición. Hacia las once menos diez de la noche, sentado en la terraza del Aragón tras la última cena festiva familiar, los ojos comenzaron a cerrarse. Chispazos. Pequeñas cabezaditas. No hay forma de que se no se repita la escena. El cansancio acumulado es mortal en ese rato previo a los últimos bailables. Después, es subir a la Casa del Reloj y despertarme.

Fue un último día de contrastes. Primero, excesivamente caluroso, tanto que quizás el mediodía flojeó. A eso de las ocho de la tarde, el cierzo hizo su aparición y entonces todos empezamos a hablar de qué tal habían transcurrido las fiestas. Todo el mundo aguarda ávido de balances el día 30. Algo normal, claro.

Yo no podría hacer mi balance particular sin haber visto, poco antes de la una de la madrugada, a Perico, con mirada contemplativa, escuchar la melodía y observar las carreras agónicas de la último Revoltosa. La dirección de Igor Tantos no tiene parangón. De nuevo un auténtico mago subido al quiosco, jugando con los corredores, disfrutando. Perico miraba embobado, también daba saltitos y palmadas con la plaza como espejo. Entonces se volvió y dijo: "Qué bonito, ¿verdad?". Le salió de dentro.

Es verdad. Es muy bonito. Y es aún más bonito ser testigo de La Revoltosa desde ahí arriba, con tranquilidad, recreándose en cada cambio de ritmo y contando los segundos para que la plaza se vuelva hacia el balcón. Perico dio un discurso que, en mi opinión, resume a la perfección lo que deberían enseñarnos las fiestas: que disfrutar, pasarlo bien con los demás, no depende tanto de qué esperemos encontrarnos en el camino, sino de cómo afrontemos ese encuentro.

Hay opiniones para todos los gustos. Pero nadie puede negar que hemos tenido ambientes diversos, músicas sugerentes en cada esquina, instantes inesperados, un pincho-pote no planificado a la hora que nunca pensábamos que iba a ocurrir, una conversación que te resucita, otra que te hace reflexionar... 

Por todas estas pequeñas cosas, a veces cansa un poco leer mensajes que ensalzan el supuesto fracaso de unas fiestas que, al menos desde la experiencia personal de haber pateado la calle prácticamente a todas horas, han dado vida a la ciudad casi sin descanso. Han ido de menos a más, como ocurre con cualquier semana de nuestra vida, con ese impulso del jueves al viernes, ese punto álgido del sábado, con momentos de más recogimiento para los de casa en las jornadas iniciales. 

No pretendo obligar a nadie a compartir mi opinión. También sería de necios no admitir que existen muchos aspectos que pueden mejorarse. No obstante, pienso que todos ganaríamos mucho si tuviéramos clara una cosa. Aún necesitando un eje conductor, una estructura que nos venga dada, jamás -de verdad, jamás- disfrutaremos de las fiestas si no tenemos claro que su mejor garantía de éxito es vivirlas con improvisación, sin esquemas prefijados y liberados de prejuicios. Algo así como por construcción espontánea. 

Feliz cuenta atrás.