Conducir en invierno

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Casi no se ve

Menos adherencia y menos visibilidad. Ese podría ser el resumen de los efectos negativos de los fenómenos meteorológicos invernales sobre la conducción. Es un resumen sencillo, pero sus resultados son muy peligrosos

En un buen número de accidentes, el conductor no ve o ve demasiado tarde a los restantes implicados. Esto, durante el invierno, puede deberse a la mala visibilidad que provocan niebla, nieve y lluvia. Las primeras gotas de lluvia suelen “pillar” al conductor con el parabrisas lleno de polvo y sin haber revisado los “limpias”, que en mal estado, no hacen bien su labor. Además, si la lluvia es fuerte, el campo de visión disminuye drásticamente y se reduce la luminosidad -las nubes densas llegan a casi hacer anochecer antes de tiempo-. Por otro lado, el agua que levantan del asfalto los vehículos precedentes ensucia notablemente el parabrisas y reduce la visión aunque no llueva. Lo mismo sucede con el vaho que empaña los cristales de los vehículos con la llegada del frío y la humedad del invierno.

Más metros para frenar

Lo mismo se aplica a la nieve -que, además, cuando cuaja “tapa” la señalización horizontal y el contorno de la carretera- y, más acusadamente, la niebla.

De esto se deduce la importancia de tener a punto los limpiaparabrisas -incluido agua jabonosa en el depósito- y las luces -sin olvidar su altura, para no deslumbrar, ni el funcionamiento de las antiniebla- para ver y ser vistos.

El otro efecto negativo es la reducción de la adherencia. Esto, al “no verse”, hace que muchos conductores conduzcan sin tenerlo en cuenta: van a la misma velocidad con lluvia que en seco y dejan la misma distancia entre vehlículos, lo que provoca muchos accidentes.