Tudela

Viviendo la fiesta con... Juan Ramón Marín (Tudelano Popular 2013)

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Una frase inundó los oídos de Juan Ramón Marín el 11 de mayo de 2016. “El corazón es compatible”. A partir de ahí, cuenta, alcanzó un grado de serenidad y tranquilidad que se vio acrecentado conforme la anestesia iba cumpliendo su cometido dentro del organismo de este tudelano de 62 años. En realidad, no tenía ni idea de si iba a despertar, pero aquella ‘cabezada’ merecía la pena y era, sin duda, la más trascendental de toda su intensa vida.

Cuando despertó, ya a la mañana siguiente, le dieron un caldo caliente. Una especie de bienvenida al mundo. Un renacimiento. “Lo digo a todo el mundo, pero es así, he vuelto a nacer”, relata sentado en una cafetería, tomando un café solo con hielo. Las manos le tiemblan un poco y la voz se le entrecorta todavía al rememorar los instantes previos a la operación. El suyo fue el trasplante de corazón número 300 en Navarra. Su historia, la de un hombre vital, alegre y siempre luchador ante la adversidad, que ha abrazado con la ilusión de un niño esta ‘segunda oportunidad’. Por si fuera poco, las próximas fiestas de Santa Ana las podrá disfrutar en plenitud.

"Ya en el viaje a Pamplona, cuando íbamos a ingresar para el trasplante, estaba muy tranquilo; pero lo esuve aún más cuando escuché que el corazón era compatible. Ahí me relajé y pensé que lo que tenía que ser sería"

A Marín prácticamente toda la ciudad le pone cara, aunque quizás no todo el mundo conocía su largo y prolongado padecimiento. Diez años con tratamiento para mitigar una cardiomiopatía no bastaron para evitar que la situación se tornase desesperada. “A principios de año, me comunicaron que el tratamiento ya no me hacía efecto. Me ingresaron en Tudela y después fuimos a Pamplona, donde directamente nos dijeron que no podían hacer nada. Plantearon como única solución un trasplante. Si no, a Tudela volvía en una caja de pino”, narra con frialdad pero emoción contenida.

Inmediatamente, le apuntaron en lista de espera. Pasaron tres meses. Y aquel día de mayo, el donante apareció. “Nos llamaron y salimos hacia Pamplona. Nos dijeron que no corriéramos pero que tampoco paráramos, que estaban ahí esperándonos”, rememora. Y ahí comenzó su conexión con la tranquilidad, de noche, camino de la capital navarra, montado en un coche hacia uno de los instantes que marcan la vida de una persona. Una vez en quirófano, le afeitaron el pecho y le prepararon, pero antes había que comprobar si el corazón casaba con las características del receptor. El resto es historia, como dicen en inglés.

Valorar las pequeñas cosas

El hecho de que el número de su operación fuese una cifra redonda y destacable hizo que la historia trascendiera por encima de las de otros. “Si llego a ser el 299 o el 301, puede que nadie se hubiera enterado salvo mi familia y mis más allegados, pero ha tenido una gran trascendencia”, explica. Esa publicidad ha propiciado que Marín haya podido también testar en primera persona numerosas muestras de apoyo. “Te das cuenta de lo que te quiere la gente y de que estás rodeado de muchas personas que te aprecian y te estiman. Estoy sintiendo mucho cariño”, asegura, al tiempo que va progresando en su recuperación. “Me encuentro muy bien. Los primeros días las enfermeras me decían que estuviera tranquilo. Paseaba mucho y me decían que no me cansara. Pero es que iba bien”, recuerda.

En esa serie de reencuentros, uno de los más emotivos tuvo lugar en el Centro Cultural Sánchez Montes, sede de la Comparsa de Gigantes Perrinche, el lugar en el que Marín enseña a las nuevas generaciones de jóvenes tudelanos a bailar las emblemáticas figuras. “Los niños preguntaban por mí todos los días y cuando me acerqué hasta el barrio pro primera vez después de la operación, empezaron todos a aplaudir. Fue realmente bonito”, señala el que fuera Tudelano Popular en 2013.

Un baile pendiente

Aún no ha podido retomar del todo su pasión por los bailables y los gigantes tendrán que esperar. Para 2017, Marín se guarda la que asegura será su “retirada de los gigantes”. Una despedida por todo lo alto. “Bailaré a Santa Ana en las próximas fiestas. Es un deseo que espero cumplir”, afirma.

Y pese a que ese vals pendiente no sucederá hasta e año que viene, las fiestas de este 2016 van a tener un significado sumamente especial para Marín. “Es que he vuelto a nacer. Por eso voy a vivir las fiestas a tope, a disfrutarlas desde la mañana hasta la noche, hasta que llegue La Revoltosa. No como un adolescente, porque a mi edad uno ya no puede abusar de la bebida, pero sí con pasión y ganas. Estoy ansioso por que llegue ya el día 24, porque las fiestas significan mucho para mí y siempre digo que no hay unas iguales en ningún lugar”, se sincera.

La suya ha sido una historia que ha supuesto un giro de optimismo y una alegría para una familia que ha vivido momentos muy duros en los últimos años, con la pérdida de varios seres queridos en un espacio de tiempo muy corto. “Lo mío ha salido bien, por suerte y vamos a ver si cambiamos esa tendencia y disfrutamos de cada momento”. Precisamente esa lección ha irrumpido con fuerza en el imaginario de nuestro protagonista. “Ya es que creo que no merece la pena ni perder el tiempo en enfadarse, en discutir con nadie. Si la vida tiene que ser agradable, porque cualquier día te ocurre algo y, ¿quién sabe? A veces escucho a personas que hablan de la lotería. Para mí, la lotería es lo que me ha ocurrido, no ningún premio en metálico”, señala.

Su agradecimiento se extiende, además de a todos aquellos que le han apoyado, familia y amigos, a los médicos -“son unos ángeles”, dice- y, sobre todo, a la familia del donante. “Sé que no suelen darse esas situaciones, pero si algún día surgiera la oportunidad, me encantaría conocerles. Es que lo que han hecho es muy grande...”. La voz vuelve a entrecortarse y los ojos se le humedecen. “Todavía me emociono al pensarlo”, señala. Su pequeño tributo al acto de generosidad que le dio un nuevo corazón es “rezar todas las noches por ellos”.