Comarca

Cosecha joven, el futuro del agro en la Ribera

16-Maite-Osta-joven-agricultora-de-Tudela-1163.jpg

Sé que es duro, mi padre siempre me lo ha dicho y me lo ha transmitido, pero me gusta y quería probar e intentarlo”. Son las palabras de Mayte Osta, una joven chica tudelana, de 23 años, que en los próximas semanas pasará la mayoría de las noches recolectando espárrago, despierta desde horas tempranas de la madrugada mientras sus amigos y amigas duermen, lejos de esa rutina noctámbula. Muchas veces, las horas pasan despacio en la finca de su padre, Serafín Osta, cuya producción se vende a Agropecuaria de Navarra (AN). Entre laboreos y recolecciones aprende Mayte el oficio de la agricultura. Ella misma lo ha elegido.

“Nunca les he presionado para que vengan, es una cosas que te sale o no te sale, totalmente vocacional. Mayte tiene interés, ganas de aprender y con un poco de suerte podrá vivir de esto”, señala el progenitor. Osta, de 62 años, es, hasta el momento, el último eslabón de una familia que durante cinco generaciones ha dedicado su vida a la empresa agraria. Él comenzó a los 16 años y ve cerca su jubilación. Los tiempos cambian. El relevo generacional no brota de manera tan aparente como en épocas pasadas y los jóvenes normalmente dirigen sus carreras por otros caminos.

Mayte ejemplifica una de las pocas excepciones que apuesta por el sector primario para su futuro laboral. “Yo puedo entender que para un chaval de veintitantos años resulta más cómodo ir todos los días a una oficina y tener un sueldo más o menos fijo todos los meses. En la agricultura no existen esas condiciones”, señala Serafín Osta. Su hija replica. “Yo prefiero esto, me da igual tener la obligación de venir un domingo a la finca. Me gusta estar aquí, haga calor o frío, llueva o haga sol. Sé que es sacrificado, pero lo asumo”. Ella, además, representa un ‘rara avis’ en el sector primario, el de una mujer agricultora. “Por aquí no conozco a casi ninguna, sólo ganaderas y pocas, y no creo que cambie a futuro”, reconoce.

Inicios costosos

Pero decantarse por el sector primario no supone una decisión sencilla, especialmente si se habla de pequeños o medianos agricultores con posibilidades de producción mucho menores que las de grandes explotaciones agrarias. No se trata de un trabajo agradecido ni llevadero en la mayoría de ocasiones, ni siquiera para los veteranos. “El de agricultor es un oficio que implica trabajar con diversos gremios, afrontar muchos gastos diferentes, entre gasóleos, seguros... La maquinaria y la herramienta cuestan mucho y si no se empieza con una base de anteriores generaciones, se convierte en un reto muy complejo. Tener la seguridad del cobro, como en nuestro caso, es al menos un alivio”, desgrana el agricultor tudelano.

Lo mismo opina Carlos Pejenaute. A sus 27 años, va a cumplir tres como agricultor en los invernaderos que gestiona en el término municipal de Funes. Él es natural de Milagro y eligió la localidad vecina por cuestiones económicas. “Mi tío, Juan Cruz Lorente, tenía todo montado aquí y la verdad es que salía mucho más rentable empezar en estas condiciones. Y aún así la inversión inicial y los costes continuos que afrontamos son altísimos. Los agricultores están a diario cuadrando números y buscando llegar al margen”, explica.

Mientras Mayte Osta dejó su anterior trabajo en la empresa Línea Verde para dar el salto a la finca agrícola familiar, Pejenaute había entrado en una espiral que a menudo se repite entre los jóvenes desempleados. “No encontraba trabajo y en diciembre de 2012, por Navidad, me decidí a dar el paso. Fue mi propio tío que me lo propuso y entendimos que podía convertirse en una buena salida”, afirma.

Pejenaute también ha tenido que pasar por el sacrificio que significa embarcarse en el emprendimiento agrícola. “Alguien joven, si no dispone en el banco del dinero de la inversión, debe pedirlo, como todo hijo de vecino. En nuestro caso, después de más de tres años para cobrar la subvención, seguimos pagando réditos y luchando económicamente. Este es un sector muy duro y hay que tenerlo claro desde el principio”, relata.

Duro y vocacional. No suelen darse muchos casos de agricultores que hayan arrancado su andadura partiendo de cero, por el ya mencionado hándicap de la inversión y la necesidad de contar con una infraestructura familiar pero también por otro condicionante aún más trascendental. La agricultura no se sostendría si no fuera por la vocación.

Así lo ve, por ejemplo, Adrián Zapata. A este milagrés de 25 años el campo le ha gustado prácticamente desde que tiene uso de razón. “Siendo muy pequeño ya acompañaba a mis padres, como hacen muchos niños en los pueblos de la zona. Los dos son agricultores de toda la vida”, explica Zapata, cuyos inicios se remontan a la edad de 19 años. En la actualidad, ayuda a su padre en los diversos cultivos que producen. “Unas 10 hectáreas de frutales, unas 30 de crucíferas... sobre todo ponemos mucha fruta y hortaliza, como acelga, pimientos, borraja... y cereal. Hay que diversificar porque no te lo puedes jugar sólo a una carta. La diversificación es la clave para este trabajo”, relata este joven, que vive con pasión su oficio.

“A mí, desde luego, me llena más esta profesión que no el estar todos los días encerrado y delante de un ordenador. me encanta vivir el día a día, porque siempre aprendes y tienes que actualizarte y organizarte. Yo veo esto más apasionante”, asegura, aunque reconoce que “no fue su primera opción laboral”. “La crisis llegó con fuerza y en la familia lo vimos claro”, cuenta.

Las jornadas de trabajo no se asemejan en nada a las otros gremios. Normalmente los jóvenes están acostumbrados a disfrutar de bastantes horas de ocio, sobre todo los fines de semana. “Aquí los fines de semana no existen”, señala Zapata. El sol marca la rutina a la hora de trabajar la tierra. “Lo de trabajar ‘de sol a sol’ es cierto y además siempre te faltan horas. Si el día tuviese más de 24 horas aún nos sabría a poco”, explica el joven milagrés. “Ahora no puedo, por ejemplo, salir de fiesta con mis amigos o con la campaña del espárrago cambio los horarios y tengo que aprovechar el día, cuando casi todo el mundo trabaja, para tener un poco de tiempo libre”, explica Mayte Osta. “En mi caso, los invernaderos son absolutamente ‘esclavos’ y te quitan bastante del ocio que pudieras tener”, narra Pejenaute, que solamente puede disfrutar de algún periodo de vacaciones en invierno.

El aprendizaje

La agricultura ha sufrido constantes cambios en las últimas décadas, algo que estos tres jóvenes han tenido que absorber con su aterrizaje en el sector. “Cuando me inicié de forma definitiva con mi tío, tenía conocimientos muy básicos, mínimos. Ahora ya estoy más formado, pero una de las cosas de las que te das cuenta es que nunca se para de aprender en el campo”, afirma Pejenaute.

Cada vez existen más controles sanitarios, más medidas de carácter medioambiental y mucha más concreción y demandas específicas por parte de los consumidores. “El cliente se ha vuelto muy exigente y hay que entenderlo y saber adaptarse a ello”, resume Serafín Osta. Zapata, por su parte, explica que las producciones se llevan a cabo a mayor escala. “Debemos buscar la rentabilidad a base de más volumen, de toneladas y toneladas”, señala.

La dificultad para cuadrar cuentas se suma a la lista de pequeños obstáculos que saltar en la carrera de fondo de la agricultura. Una de las claves subyace en la oscilación de precios, estancada en valores a la baja desde hace muchos años. En la hectárea de invernaderos que gestionan Carlos Pejenaute y su tío, por ejemplo, tomaron hace un año la decisión de renunciar a los cultivos de alubia verde. “Simplemente no merecían la pena, no nos daba”, afirma. Muchos de los agricultores que más tiempo llevan dedicados al campo en la Ribera, como el padre de Zapata, han visto como los precios siguen prácticamente igual que hace 25 años. “El cereal incluso está más bajo”, reconoce precisamente el joven agricultor milagros.

Así, la filosofía de trabajo sólo entiende de un factor: constancia. “La situación no es halagüeña, pero eso ha sido así siempre. Si tuviera que dar un consejo a un joven que haya tomado la decisión de trabajar en el campo, le diría que tire para adelante, que pelee y que luche. No puedes abandonar a la primera y tienes que aguantar situaciones como estar más de seis meses sin que un cultivo te dé retorno económico”, explica Pejenaute.

Él, al igual que Zapata, considera que las administraciones han dado la espalda al sector durante mucho tiempo. “Hemos tenido cambio de gobierno, pero las cosas no cambian. Todo es lo mismo, prometer y prometer para nada. La agroindustria tiene futuro en Navarra y genera inversiones. Y creo que hay mucha gente joven con ganas de intentarlo en la agricultura, pero hace falta apoyo real. No me vale que cuando viene una gran empresa sea portada de todos los periódicos, cuando los agricultores estamos invirtiendo en Navarra ese dinero o más año tras año”, sentencia.

“Si los gobiernos ayudan y dan incentivos, habrá más jóvenes que puedan intentarlo, ¿no?”, se pregunta Zapata, antes de volver a la finca para colocar unos plásticos. Los cerezos ya florecen en los campos de Milagro. De momento, florecen más rápido que los nuevos y jóvenes agricultores como Mayte, Carlos y Adrián.