Comarca

Toda una vida de Javieradas

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"No podría decir en cuántas Javieradas he estado. Pero sí que en todos estos años he roto dos furgonetas. De eso me acuerdo”. Con esa genuina memoria selectiva habla Javier Pérez, una de las ‘almas máter’ del grupo ‘A Javier Tudela’. ‘JP’, como le llaman de manera informal, ejemplifica que la Javierada, el hito que más movilización genera en toda la Comunidad Foral a lo largo del año, esboza ya una amalgama de generaciones que se han pateado los senderos y las rutas que conducen al Santuario de Javier todos los meses de marzo. La Ribera, en todo su conjunto, mueve a más de un millar de peregrinos anualmente y cerca de un centenar de personas que desinteresadamente prestan su apoyo a los caminantes.

La historia de las Javieradas en la comarca alberga un imaginario repleto de curiosidades, anécdotas y particularidades que son genuinas y propias de cada uno de los pueblos de la zona. Las historias toman forma en los labios de protagonistas que acumulan décadas de marchas en sus piernas, ya veteranas y curtidas, y que rememoran con precisión fotográfica las vivencias que más les han marcado. Ejemplos hay muchos. Pedro ‘Bene’ Lafuente, de 55 años, guarda en su mochila la experiencia de quien ha vivido una de las tradiciones que poco a poco se perdieron. La conocida como ‘Javierada del tirón’, habitual entre peregrinos de Cabanillas y reservada a los caminantes más duros. “Era toda una aventura y nada fácil”, recuerda Lafuente. “Se salía a las 00:00 horas. Atravesábamos la Bardena completamente de noche, a veces con la suerte de que el cielo estaba despejado y podías ver con cierta facilidad. Tras algunas parada para comer, tomar algo y descansar, avistábamos Javier a eso de las 20:00 horas del sábado, justo cuando comenzaba la misa”, narra.

La costumbre de hacer la peregrinación de una sola tirada se fue perdiendo con el paso de los años en Cabanillas. Sólo unos pocos se animaban a semejante reto físico y mental y las marchas comenzaron a estandarizarse hasta llegar al formato de la actualidad, en el que se realizan dos etapas de gran kilometraje y la entrada final a Javier desde Sangüesa. “La Javierada en una etapa es el ejemplo de todo lo que ha cambiado este evento desde sus inicios”, explica Chus Rodríguez, que hace de apoyo en el grupo de Cabanillas y forma parte de la comisión de las Javieradas de la Ribera, el grupo en el que se organizan todos los detalles y se planifica la logística para los peregrinos.

“Ahora a quienes andamos nos tratan como reyes. Antes también, porque siempre había gente que nos brindaba su apoyo, pero ahora todavía más”, recuerda Lafuente. “Ahora las asistencias médicas están presentes a lo largo de todo el recorrido y las furgonetas sólo dejan de ir al lado en algún tramo de la Bardena y Montepeña”, relata Iñigo Simón, peregrino de Murchante con 27 Javieradas en su haber.

Modernización

En efecto, la presencia actual de Cruz Roja, DYA y Protección Civil no era tal hace unas décadas. “Si te ocurría algo en mitad de la Bardena, tenías que apañarte y apechugar como pudieses”, señala Rafa Hernández, del grupo ‘A Javier Tudela’. Este grupo es prácticamente el ‘heredero’ del original y grupo que salía de la capital ribera, con más de 300 peregrinos y la organización de Moisés Pardo ‘Chire’, uno de los nombres clave en la tradición de las Javieradas en Tudela, al igual que el padre Zubiaurre.

Rafa Hernández recuerda aquellos detalles de otros tiempos, como el de la pernoctación en Carcastillo que se organizaba en una curiosa rifa. “Salía el alguacil, con las señoras de las casas que podían dar cobijo a los peregrinos, y repartía unos números. “El 1 y el 2, a ésta. El 3, a la otra”. Así se hacía. Te daban cama, comida, te podías duchar... siempre recuerdo el desayuno, con magdalenas caseras”, rememora.

En la actualidad, la mayoría de peregrinos regresa a sus localidades de origen en autobuses fletados para que puedan dormir en casa. De madrugada, entre las 4 y las 5, los autocares reemprenden su marcha hacia los puntos de salida de las etapas. También en la actualidad a nadie se le ocurriría llevar su mochila a la espalda. Para eso están las furgonetas.

“Antes, para comer, la mesa era una piedra, la silla era el suelo. Ahora todo está preparadísimo. Los voluntarios que cocinan no nos dejan ni levantarnos, nos traen todo”, relata con una sonrisa Iñigo Simón. El peregrino de Murchante hace memoria con cierta nostalgia. “Todo cambia, está claro. Antes se trataba de una aventura más que de un acto organizado. Ahora todo el mundo va muy preparado, con material deportivo específico, calzado de trekking...”, señala. Paradójicamente, Simón aprecia también cambios significativos. “Veo que hay más atenciones en Cruz Roja, que pese a esa preparación debería ser mejor y mayor. Creo que los chavales jóvenes ahora entrenan menos o creen que basta con haber andado un poco y eso es incierto porque es un camino duro”, afirma. El segundo cambio es de la motivación. En su opinión, “lo que antes mayoritariamente era fe o devoción ahora ha dado paso a peregrinos que buscan cumplir un reto deportivo”.

Las anécdotas

Los vestigios de épocas pasadas también se han diluido debido a los cambios no sólo culturales y sociales, sino también a la evolución territorial y urbanística. El grupo de Castejón, para más inri, cruzaba el Ebro nada más iniciar la marcha y lo hacía en varias tandas a bordo del pontón de José López. “Un año hasta se cayó una persona al río y tuvimos que pescarlo”, cuenta con viveza Benito Romanos, coordinador de la Javierada en el municipio castejonero.

De anécdotas e historias curiosas andan tambien sobrados en Cabanillas o Cortes. En el grupo cabanillero, ‘Bene’ Lafuente y Chus Rodríguez no pueden evitar soltar una risotada al recordar el año en el que, de noche y en mitad de las Bardenas, el grupo que hacía la peregrinación en etapa única no supo guiarse bien por las cañadas y se vio repentinamente atravesando un rebaño de ovejas tremendamente nerviosas por aquella intrusión. “Eran las ovejas... y también los perros, unos cuantos mastines del pirineo rabiosos y ladrando. Y el pastor al acecho en su ‘roulotte’ porque no sabía qué era lo que pasaba”, cuenta sonriendo Lafuente. “Son tantas veces las que nos hemos perdido que no sabría ni enumerarlas”, añade.

En el caso de Cortes, las historias memorables cobran mayor valor al tratarse del único grupo de la Ribera que realiza más del 80% del recorrido a través de Aragón. Los caminos y senderos que atraviesan son más vírgenes e inhóspitos que en la mayoría de los demás casos. La subida a Montepeña, de hecho, la coronan en el punto más alto del cerro y por una vertiente que sólo ellos suben en la Javierada. “Podríamos contar mil cosas”, dice Prudencio Sánchez, peregrino desde el año 1978. Él recuerda con cariño un año en el que les acompañaron peregrinos aragoneses. “Nos comimos un cordero de 9 kilos entre todos”, señala. “Ahora también llevamos mucha comida e incluso sobra y la aprovechamos para juntarnos después de la Javierada”, añade.

Aparte de las anécdotas, cada localidad cuenta con algunas tradiciones o ritos adquiridos como si de una costumbre popular se tratase. Nadie entendería una Javierada del grupo de Cortes sin el Via Crucis con el Cristo desde Sangüesa hasta Javier. Lo mismo ocurre en Castejón con un hábito que comenzó con una apuesta entre dos peregrinos. “Quien llegue antes, se lleva de premio una caja de langostinos pagada por el otro”. Con retranca, desde aquel año, el grupo castejonero incluye langostinos en su menú. En el grupo ‘A Javier Tudela’, es ineludible cantar la Salve Regina antes de partir. Y a los noveles en Cabanillas, a modo de ‘novatada suave’ se les pasa el examen de la letra del himno a San Francisco Javier.

La importancia de los voluntarios

No sólo se camina hacia Javier. También se gestionan las paradas, los hospedajes, las viandas que formarán parte de los frugales almuerzos y comidas y un sinfín más de detalles que, de no tener bajo control a la hora de partir hacia el santuario, harían muchísimo más dura la peregrinación. Ahí entra el papel de las personas que hacen de ‘apoyo’. Amigos, familiares o simplemente convecinos dispuestos a echar una mano.

En Cortes, el grupo habitual de caminantes lo tiene claro. “La gente de apoyo tendría que ser nombrada ‘Cortesinos Populares’, por todo lo que hacen”, señala Mila Mendía, una peregrina de la localidad. “Son muchas horas de trabajo, de mirar cosas una y otra vez, pero alguien tiene que hacerlo”, relata Rafa Hernández, quien cogió el testigo de Moisés Pardo y  su hijo hace algo más de un lustro en ‘A Javier Tudela’, dejando de peregrinar a pie para ponerse a echar una mano en el apoyo logístico.

“No sólo es una labor nuestra, en Tudela”, aclara Hernández. “Hay que dar valor a todo lo que hacen las personas de todos y cada uno de los pueblos de las Javieradas de la Ribera. A lo largo del año nos reunimos muchas veces, gestionamos temas con Pamplona, con los curas... y por supuesto también hacemos reuniones posteriores, de seguimiento, ya que los fallos se deben corregir y mejorar para ediciones posteriores”, explica Hernández.

Él y otros muchos son ejemplos de personas que se implican y disfrutan el camino como si lo atravesasen pese a que en cierto modo viven la peregrinación desde la barrera. Su experiencia da paso a los noveles, los más jóvenes que poco a poco entran a engrosar las listas de caminantes en cada localidad. “Al menos en Cortes los adolescentes e incluso más críos se apuntan. Esta tradición tiene algo que hace que a todo el mundo le guste y la clave está en el buen ambiente”, señala el peregrino del municipio José Miguel Belío.

“Pienso que los chavales hoy en día tienen más cosas que hacer y quizás les cueste más, pero siguen apuntándose, poco a poco”, señala Iñigo Simón. Una continuidad que algunos como el castejonero Benito Romanos se encargan de inculcar a sus familiares prácticamente desde que están en la cuna. “Mis dos nietas, Naiara, de 7 años, y Naroa, de 4, vienen desde que eran bebés, en unos carritos preparados para la ocasión”, cuenta con orgullo. “En Castejón la Javierada es la actividad intergeneracional que más personas reúne en todo el año”, matiza Pedro Yanguas, técnico de la Oficina de Juventud castejonera y peregrino habitual.

El espíritu de Javier

¿Y qué es lo que hace que la llama no se apague y oleadas de riberos sigan acudiendo en masa a su cita anual? “La Javierada, por encima de otras cosas, se ha convertido en un evento social. Se compaginan las creencias de unos con las no creencias de otros, pero en el fondo creo que a todo el mundo le emociona ver al patrón en el Santuario. Y la armonía que se crea en el camino merece mención especial”, dice Chus Rodríguez.

La camaradería fluye a lo largo de los centenares de kilómetros andados con rumbo a Javier. “Es habitual juntarnos con gente de otros pueblos y charlar”, explica Benito Romanos.

Rafa Hernández, en ese sentido, va más allá. “Para mí, lo que te ofrece la Javierada es, además de una ocasión de mostrar tu fervor por San Francisco Javier, hablar de la vida de cada uno de una manera muy cercana”, dice. No son pocas las ocasiones en las que durante la marcha surgen inquietudes o alegrías por acontecimientos que emanan de la vida diaria de los peregrinos. “Te abres al de al lado y vives la marcha con mucha gente durante dos días, que es mucho tiempo. Nosotros, además, abrimos el grupo a gente que no tiene con quién ir o que se anima a última hora”, explica.

Quizás, si no fuera por esa acogida, esa hospitalidad y ese ambiente festivo, la Javierada no sería lo mismo. Puede que eso mismo piense Javier Pérez, mientras sube el volumen de un cassette para escuchar mejor la selección de piezas joteras que ha preparado para este 2016.