Tudela

“Soy de Tudela, pero mi corazón está en latinoamérica”

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Actualmente se encuentra en un proceso de rehabilitación para recuperarse de las heridas que sufrió en el atentado del que fué víctima el pasado mes de diciembre, en Guatemala, ¿cómo se encuentra?

La verdad es que estoy muy bien, recuperándome poco a poco. De lunes a viernes estoy en Pamplona, donde me están tratando y los fines de semana los aprovecho para venir a Tudela a estar con mis padres y mis hermanas.


¿Estarán contentos de tenerle de nuevo aquí?

Sí. Ellos están muy contentos porque desde que me fui nunca he estado tanto tiempo seguido en casa. Lo normal es que venga a Tudela cada dos o tres años y me quede uno o dos meses, para descansar y disfrutar de la familia. De todas formas aunque están felices lo cierto es que también entienden que yo quiera regresar allí, a pesar de lo que me ocurrió, porque aún me queda mucho por hacer allí.


Entonces, ¿se siente más latinoamericano que tudelano?

En parte sí. Ahora tengo 49 años y llevo 22 viviendo allí, casi la mitad de mi vida y ese continente me ha marcado mucho. Por supuesto que soy de Tudela, he nacido aquí, pero ahora me siento más ciudadano del mundo, aunque mi corazón está en latinoamérica y esa tierra me tira mucho, mi vida está allí.

¿Y cuándo tiene previsto regresar a Guatemala?

Pues no sé cuando voy a poder volver, los médicos tienen la palabra. Aún tengo que seguir haciéndome revisiones del ojo y del brazo, en Pamplona y Barcelona y es muy posible que tengan que hacerme alguna cirugía más. Por eso son los médicos quienes deben decirme cuándo estoy completamente recuperado para regresar allí.


¿No tiene miedo de volver después de lo que le ocurrió?

Miedo no tengo. Las perssonas con las que yo trabajo en Guatemala viven con ese temor continuamente, están completamente desamparados ante ataques como el que me sucedió a mí y quienes corren peligro realmente son ellos. Yo soy un hombre privilegiado porque, a pesar de todo, puedo venir a Tudela a recuperarme y recibir tratamiento en un hospital con todos los medios a mi disposición, en cambio, la gente allí no tiene esa posibilidad.


¿Y le costó mucho decidirse a dejar Guatemala para venir a España a recuperarse de sus heridas?

Lo cierto es que sí, no quería dejar aquello, pero al final me decidí porque el médico me dijo que si no venia iba a perder el brazo y yo no hubiera podido seguir trabajando allí con un sólo brazo. Ellos lo entendieron perfectamente, porque esto que me sucedió a mí, como le pasa a mucha gente a diario allí, era la primera vez que le sucedía a un cura, entonces vieron que a nosotros también podían matarnos y eso les ha hecho volcarse más con nosotros y asumir lo que me ocurrió como algo propio. De hecho antes de irme, quisieron hacer una celebración de despedida, se reunieron unas 800 personas en el lugar del atentado para decir “no” a la violencia y además, me dieron sus pequeños ahorros para que pudiera comprar medicinas con las que curarme. Fue algo muy especial, no te haces a la idea si no estás allí, porque ese dinero es lo único que ellos tienen para poder comer y me lo dieron a mí. Son la gente más generosa que he conocido jamás.

¿Qué proyectos le esperan cuando vuelva?

Actualmente estamos trabajando en un proyecto de desarrollo global indígena, lo que supone un doble reto para nosotros. Nuestro objetivo es rescatar, de alguna forma, todos los valores y la riqueza de las sociedades indígenas de la zona para demostrar al mundo globalizado que también ellos tienen muchas cosas que enseñarnos que son igual de válidos o más que los países ricos. En concreto, estamos trabajando en una comunidad indigena Quiché, del atiplano guatemalteco, en el departamento de Totonicapán. Allí hablan lengua maya y es un reto enorme para nosotros tratar de unificar, en cierto modo, su lenguaje para que pueda enseñarse en las escuelas y que, de esta forma, aprendan también a valorar su propia lengua como vehículo de comunicación, como una parte importante de su cultura que les distigue del resto y les hace especales en un momento en el que la sociedad tiende a la globalización despreciando lo local, lo específico. Nosotros, en cambio pensamos que las comunidades indígenas tienen unos valores que pueden ayudar a vivir a los del primer mundo, una vida más humana, más rica y en la que se aprenda a disfrutar de lo sencillo, de los pequeños detalles.


Son sociedades muy distintas a las occidentales...

Sí son diferentes a nosotros, también vienen de unas culturas con tradiciones ancestrales, son más introvertidos, escuchan mucho, y lo más importantes es que saben vivir con más humanidad. Son sociedades donde los recursos son muy escasos, viven de forma muy sencilla pero, en cambio, tienen una riqueza interior que ya nos gustaría tener a nosotros aquí. Tenemos mucho que aprender de ellos.


¿Después de vivir tantos años entre comunidades indígenas le habrá resultado muy difícil adaptarse de nuevo a la vida en Tudela?

El cambio ha sido muy fuerte. Como decía, he estado 22 años fuera, en países como Honduras, Brasil, Nicaragua o Guatemala. Pero, lo que más he notado en estos meses que estoy aquí es que Tudela ha evolucionado mucho en las últimas décadas. Ahora conviven en la ciudad muchas nacionalidades diferentes y me alegra ver que en Tudela hay una diversidad tan grande, porque veo ahí una gran oportunidad increíble para que la ciudad se enriquezca, que vuelva a ser de nuevo un mosaico de culturas como fue en sus comienzos y que todos aprendamos a respetarnos a adaptarnos a la diversidad. Es un gran reto que la ciudad debe conseguir.

Ataque de un grupo de paramilitares

¿Qué recuerdos tiene de la ciudad antes de marcharse?

Me fui a Honduras bastante joven, tenía sólo 25 años, y antes de irme estuve estudiando, primero en la E.T.I. y después en Zaragoza, a donde fui para comenzar la carrera de Ingeniería Industrial. Pero, además de toda mi época de estudiante, lo que más recuerdo de entonces que era un joven muy deportista al que le gustaba mucho jugar con sus amigos a pala, al frontón, ir a la montaña, solíamos subir a Moncayo. Mis recuerdos son los de un jóven tudelano normal con muchos sueños y muchas ganas de cambiar el mundo.


¿Y de las fiestas de Santa Ana, tiene algún recuerdo?

No muchos, hace ya 22 años, desde que me fui, que no he estado en Tudela durante las fiestas. Sin embargo, el pañuelo rojo me acompaña siempre allí donde voy. Aunque no he estado aquí, cuando llega el 24 de julio me lo ato al cuello para para celebralo con las comunidades indígenas. Santa Ana y Santiago son fechas que me hacen acordarme mucho de esta ciudad. Creo que este año sí que estaré y me gustaría mucho disfrutar de los actos de las fiestas con mi familia.


¿Es muy devoto de nuestra Patrona?

La devoción que siento por Santa Ana me viene, en parte, por mi madre. Ella siempre ha sido de San Francisco Javier, de la Virgen del Romero de Cascante y, por supuesto, de Santa Ana. De hecho, yo llevo siempre conmigo en la cartera un pequeño trocito del manto de Santa Ana que me lo regalaron, para que me acompañara en mi vida en el otro continente