Tudela

Sensaciones de la cuenta atrás

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Tras la barra del bar

Aunque no lo sepan, probablemente se crucen una o varias veces a lo largo de la mañana. Puede que incluso intercambien miradas o rocen hombro con hombro en su particular camino hacia el momento culmen. Un día 24 de julio en Tudela prácticamente todo gira en torno al reloj de la plaza Nueva, al movimiento cíclico de sus enormes agujas. A las 12 del mediodía. En ese preciso instante, la fiesta se dispara a lo largo del entramado de calles. Ellos ya están preparados. En sus puestos. Hasta entonces, un torbellino de sensaciones ha recorrido su cuerpo.

El final de un duro mes

Veintiocho años pueden parecer una eternidad. Para Ana Sánchez han pasado muy rápido. Desde la barra del Bar Escudo, su segunda casa, hace memoria. "Éramos muy jóvenes cuando nos metimos con el bar. Los tiempos han cambiado muchísimo", relata con cierta nostalgia. Las fiestas de Santa Ana suponen siempre una marca en rojo en el calendario. Y la mañana del día 24, Ana la vive como una chiquilla ilusionada. "El cosquilleo siempre lo llevo dentro, eso ha sido igual siempre. Estoy acostumbrada a este trabajo, pero no tiene que ver con eso. Es simplemente que se trata de un día especial. Cuando ya no sienta esas sensación, mala señal", afirma.



Se levanta pronto. A las diez toca tener las puertas del bar abiertas. Los primeros parroquianos no tardan en aparecer. Por el camino, no para de darle vueltas a la cabeza. "Voy pensando en todo: ¿se me habrá olvidado algo? ¿Irá todo bien? Una vez se estropearon los altavoces a la una del mediodía y durante el resto del día no hubo música", cuenta. Ni siquiera ya detrás de la barra se le pasa. "Reconozco que durante el primer servicio me tiemblan las manos, es algo que no puedo evitar. A los cinco minutos me he soltado. Lo que más me preocupa es que la gente esté a gusto, de verdad".

A convertirse en gigante

El temple de Jesús Tobajas contrasta sobremanera. Pocas personas acumulan una carga de trabajo tan grande como él y sus hombres de la Brigada Municipal de Obras de cara a las fiestas de Santa Ana. A pesar de ello, el día 24 supone incluso un alivio. "A nivel de trabajo, para nosotros las fiestas acaban el mismo día del chupinazo. La traca nos la llevamos durante todo el mes anterior, montando escenarios, carpas y todo el vallado del encierro", detalla. Jesús coordina a unos 40 empleados desde inicios de mes para disponer todo el recorrido del encierro (unos 800 metros).



Así pues, en él reina una sensación de cierto alivio. "Hay varios trámites con los que cumplir. Nos toca montar los últimos tablados para el Tudelano Ausente y para el acto de la Reja de Santa Ana. Pero puedo asegurar que el primer día de fiestas estoy tranquilísimo". Lo que resulta inevitable es la hora de levantarse, la misma que cualquier día de labor: las 5.30 de la mañana. El único momento de respiro se presenta para él entre las 12 y las 12.30. "En ese intervalo de tiempo no hay nada que hacer porque la gente está desatada. Aprovecho para subir hasta el cementerio y dejarle unos pañuelicos rojos a mi padre", cuenta.

Ojo avizor en la plaza

Justo antes de que se encienda la mecha, Mikel Sanz aguarda junto a la giganta Sancha, uno de los cuatro ejemplares de la Comparsa de Gigantes de Tudela. Agazapados en el arco de entrada a Yanguas y Miranda, el chupinazo les señala el comienzo de una semana frenética. "Las fiestas son el momento más importante del año", dice.



Por el cuerpo de este joven tudelano corre sangre muy arraigada a su tierra y sus tradiciones. "Reconozco que soy muy de aquí, muy folclórico. Y, claro, el día 24 siempre tengo unos pocos nervios", relata Sanz. Por la mañana, todo está dispuesto en su armario. "Lo que tengo que llevar puesto para el chupinazo está preparado en su balda, bien planchado y doblado. A lo mejor para otros días tengo más problema para encontrar la ropa, pero el 24 nunca falla", cuenta sonriendo.



El almuerzo 'pre-chupinazo' sirve para que los miembros comiencen a soltarse. "Es un pre calentamiento, destensamos los nervios. Antes de que den las doce siempre hay tensión, pero, en el fondo, sabemos que las miradas van a estar puestas en el balcón de la Casa del Reloj, así que en cierta manera eso nos relaja un poco", afirma Sanz, quien reconoce que el instante de más nervios es el previo a la entrada a la Catedral durante la Novena. "Ahí sí que nos está mirando toda Tudela. Ese momento es precioso".