Tudela

Los Ángeles también se hacen mayores

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A  los 7 u 8 años uno no es consciente de muchas cosas, sobre todo cuando las emociones se agolpan y todo lo que nos rodea se mueve a una velocidad de vértigo. Las voces, los gestos, las idas y venidas… Pero aún así, pasado el tiempo aún afloran recuerdos que han permanecido grabados y no se marcharán jamás. A Iñigo Huguet, de 25 años, le ocurre con la escena de la subida por las escaleras de la Casa del Reloj cada vez que le hablan de 1998, año en el que protagonizó la tradicional Bajada del Ángel de Tudela. “Tengo flashes. Subimos, me hicieron una foto cuando estaba mirando toda la gente que había en la plaza… y desde que salí hasta que acabó la representación todo pasó muy rápido”, rememora. Su relato y el de otros niños que ahora lo son menos es la de el honor de haber pasado a la historia en la que quizás sea la tradición más relevante de la ciudad y que volverá con Santiago Lasheras como protagonista el próximo domingo 27 de marzo.

Iñigo, 18 años después de su gran momento, luce una frondosa barba y un tatuaje en uno de sus antebrazos. Es un habitual en los desayunos que, horas antes de la ceremonia, reúnen a los ángeles de años anteriores y forman un peculiar grupo intergeneracional. “Siempre es especial echar la vista atrás. Sobre todo cuando ha pasado poco tiempo, al año siguiente o a los dos años. Lo vives con muchísima ilusión y ves el vídeo repetido un montón de veces. Mi tío grabó un reportaje completísimo, en el que salía incluso el momento en el que despertaba para ir con los auroros”, explica Huguet, quien en la actualidad es graduado en Ingeniería Mecánica y trabaja en la empresa Faurecia.

A Diego Hernández, Ángel de 2009, todavía le puede un poco la timidez, aunque se desenvuelve lúcido cuando reconstruye los momentos previos a la bajada. “Todavía tengo muy presentes los instantes en los que íbamos hacia la Plaza Nueva, o el ver a toda la gente esperando desde arriba minutos antes de salir. También me acuerdo mucho del desayuno. No pedí nada especial aunque nos preguntaban si queríamos algo en concreto un par de días antes. Pero yo como todo lo que me pongan”, dice con una sonrisa este estudiante de 3º de ESO que, con 14 años, sueña con estudiar Odontología. A su lado, Amaya García, de 16 años, y Ángel un año antes que Diego, habla con viveza de algunos acontecimientos. “El año anterior al que te toca, siendo suplente, también vas al desayuno previo. Y recuerdo que en ese momento me entró mucho miedo y pensé que al año siguiente no sería capaz de gritar tanto como para que me oyeran en toda la plaza”, revive Amaya, la primera niña en representar al Ángel en toda la historia de la ceremonia.

La figura de María Álava

Tanto Maya como Diego pertenecen a una generación en la que la ceremonia sufrió algunos cambios con respecto a la ‘bajada’ de finales de siglo XX, cuando apenas habían pasado dos años del fallecimiento de María Álava, impulsora de esta tradición en el último tercio del siglo XX. Tudela vivía profundas transformaciones, sobre todo a nivel urbanístico, con la peatonalización de la propia plaza y la calle Gaztambide-Carrera. El escenario elegido para vestir al niño también se trasladó, en 2003, de la casa de María Álava a la de la familia Terrén, justo al lado.

Además, el proceso de selección, en el que ahora son los padres interesados quienes apuntan a sus hijos, se modificó desde 1999, dos años después de que  Miguel Vallejo, Ana Mª Arregui  y Ana Vallejo tomaran las riendas de la organización de esta cita que cada año congrega a miles de personas en la plaza. Los avances técnicos y las restauraciones también han llegado. Diego Hernández, para más inri, estrenó el que es hasta ahora el último templete utilizado para representar las puertas del cielo, restaurado para la edición de 2009 a manos de Tomás Muñoz y Juan José Sánchez.

A María Álava, ninguno de los tres Ángeles mencionados anteriormente la conoció, pero sí Sergio Iturre, Ángel del año 1997. Él, que sufrió un aparatoso accidente en bicicleta meses antes de la ceremonia aunque pudo salir de Ángel, fue el último de toda la amplísima lista que compartió anécdotas y consejos en los ensayos con ella. “Conservo un recuerdo muy bonito de María”, reconoce con cierta emoción este tudelano de 26 años, de familia muy ligada a las costumbres y tradiciones de Tudela. “En mi habitación todavía luce una fotografía en la que salgo con ella y del día de la Bajada guardo una cuartilla de papel con las instrucciones que ella escribió para que no me olvidase de ningún paso”, relata.

Ahí reside otra de las características especiales y propias que definen a este acto. El vuelo del Ángel conlleva aprenderse una serie de etapas. Santiguarse tres veces, echar los aleluyas, mantener el vuelo. Y plantarse frente a la Virgen. El instante más solemne y emotivo para el público pero el de mayor tensión para el niño protagonista. Habitualmente, los nervios juegan alguna que otra mala pasada, aunque los espectadores a veces no se percaten de ello. “Conseguí echarme el velo al hombro a la segunda”, cuenta Iñigo Huguet. “Ese año ensayé con unas alas y salí a la Bajada con otras diferentes. No es por poner excusas, pero...”, añade riendo.

A Amaya le avisaron de que antes de quitar el velo tenía que decir la frase mágica: “Alégrate, María, porque tu hijo ha resucitado”. Más curiosa aún es la anécdota que vivió Alejandro Milagro, que ahora tiene 24 años y cuya familia ha sido protagonista en esta ceremonia desde los años 70. Su tío Félix, primero, y su otro tío Marcos, en los 80, ‘volaron’ en la plaza. Él lo hizo en 1999 y, cuando volvía hacia el templete, notó cómo el velo se le escapaba. “Lo sujeté fuerte con la cabeza. Me salió hacer eso en ese momento de apuro. Entré encogido, en una postura muy rara, pero al menos no se cayó”, recuerda. Su padre, Rodolfo Milagro, guarda en uno de los cajones de su negocio, el Bar Le Bistrot, carpetas con fotografías de sus hermanos, además de algunos de los ‘aleluyas’ que se lanzarán este año. “Es un enamorado de la ceremonia, lo lleva muy dentro porque es muy tudelano y colabora todos los años”, destaca Alejandro. Su foto de 1999, en blanco y negro, ocupa la columna central de la barra del bar.

Recuerdos y anécdotas

Guardar recuerdos a modo de amuleto es algo común a todos los que alguna vez hacen de Ángel. Además de la mencionada hoja con las instrucciones de Sergio Iturre, otros, como Diego Hernández o Amaya García, conservaron las horquillas de la virgen. “Yo guardé un mechón de pelo, porque a los tres días me rapé la cabeza al uno”, relata Iñigo Huguet, quien también rememora una curiosa anécdota en el desayuno previo a la ceremonia. “Había pedido que me trajeran unas magdalenas que había visto en el escaparate de una pastelería. Cuando llegó el momento de desayunar, las probé y tenían un sabor raro. Resulta que estaban rellenas de licor”, explica.

Las historias y recuerdos surgen cada año en el desayuno previo a la ceremonia, en el que, muy temprano, Ángeles anteriores comparten mesa con el titular y el suplente del año en cuestión, antes de que le vistan. “Disfruto muchísimo en esos momentos. Cada año lo espero con ganas porque hace ilusión ver cómo son los más pequeños quienes saben clamar mejor los nervios del Ángel”, relata Sergio Iturre. “Es muy bonito recordar anécdotas en el desayuno del día de la Bajada. Tratamos de crear un ambiente distendido y la ceremonia se vive como algo muy nuestro. A mí me marcará toda la vida el haber podido hacer de Ángel”, añade Milagro.

Con el paso del tiempo, las sensaciones y emociones de un momento que pasa muy rápido cambian hacia la consciencia de haber protagonizado un acto histórico. “Para mí es un orgullo. Haber sido elegido entre tantos niños significa  mucho y es un orgullo”, dice Iñigo Huguet. “Pasados 19 años, me doy cuenta de que es un privilegio el haber podido estar ahí. Cuando eres pequeño es una locura, con todas las entrevistas, las fotos... Ahora lo vivo de una manera muy diferente e igual de bonita”, añade Iturre.

Para Milagro, “ser ángel se lleva dentro durante el resto de tu vida”. “Si tengo un hijo o una hija me gustaría mucho que pudieran vivirlo”, admite, recordando con humor como “las abuelicas de Tudela” siempre se alegran de ver al Ángel por la calle los años siguientes de su bajada. “En mi caso, creo que Tudela siempre recordará mi año por ser la primera niña”, explica Amaya García. “Cuando hablo con gente de fuera de Tudela, que conoce y valora la ceremonia, y puedo decirles que yo fui una vez ese Ángel... es para estar orgullosa”, sentencia.