Tudela

En verano... ¿Bien o en familia?

¿Vivirás este verano unos días con tus padres, los abuelos de tus hijos? ¿Podría la convivencia con ellos empeorar las relaciones con tu pareja? ¿Crees que las palabras de tus padres pueden bloquearte y hacerte daño y, con ello, repercutir en tu vida de pareja?

Aunque el tiempo transcurre y los años se agolpan a nuestras espaldas, las reglas familiares no cambian y los conflictos no resueltos entre padres e hijos tampoco.

Quizás sean las amnesias lacunares o las infernales temperaturas las que trastocan nuestra memoria. Pero, como si fuéramos en el DeLorean dirección a un pasado no tan lejano como nos gustaría, volvemos a revivir lo que siempre prometimos olvidar.

Llegan los meses estivales y con ellos las maletas que auguran que compartiremos techo, que no lecho, con aquellos que nos criaron. Sus reglas ya no son nuestras reglas, ni sus normas nuestros principios.

Nos amamantaron con el dicho de “quien bien te quiere te hará llorar, y quien no te hará reír”, una falacia más para quien asegura que crecer duele.

El adoctrinamiento franquista da paso a la educación de los besos y de los abrazos, y el orgullo egocentrista se queda obsoleto ante los posibles perdones. Los silencios sepulcrales son un concierto de cámara para disfrutar en las iglesias barrocas o renacentistas al tiempo que el son musical que se percibe en las terrazas son los momentos, nunca fallidos, de conversación para entendernos.

Entonces, ¿por qué resultan tan difícil la relaciones con nuestros padres?

Podría recitar más de diez posibles causas, aunque no me detendré en todas: no escuchan aquello que no quieren oír; asumen que la edad les otorga la verdad absoluta, única y bíblica; farfullean por bandera el estribillo de que si lo hacen es por nuestro bien, aunque sus fechorías sólo nos hagan daño; están seguros que algún día, la vida les dará la razón; manejan más allá del trabajo del simple amateur el victimismo que nos culpabiliza y nos hace dudar de nuestras intenciones, aún sabiendo que nunca existió maldad, mientras asisten pacientes a que, no tardando, verán como repetiremos lo mismo con nuestros hijos. Se trata de una ilusión que nos aturde como una pesadilla de la cuál es urgente despertar, ya que no nos perdonaríamos que eso pudiera llegar a suceder.

Y ante esta antesala, ¿podrían las malas comunicaciones con las familias de origen enturbiar los encuentros eróticos con nuestras parejas?

La respuesta ambivalente estará condicionada por cuáles sean nuestros sexos.  Así, tratando de huir de las generalidades, con frecuencia una mujer será capaz de tener “relaciones sexuales” en la cama cuando sus conflictos fuera de la alcoba estén solucionados. Mientras que un hombre podrá ser capaz de mantener tórridos encuentros para tratar de esclarecer los problemas extra o intramaritales más allá de su catre. Esta idea podría ayudarnos a disipar las dudas acerca de si mi pareja no entiende por qué ahora noto menos deseo, y no la interpretación siempre subjetiva de “sólo no me desea a mi”. O justamente lo contrario: porque, dadas las circunstancias, preciso unos minutos de nuestros cuerpos enlazados e insinuantes. Se trata, para ella, casi de verbalizar que “sólo pienso en lo único”, cuando simplemente anhelo y me conformo con unos instantes carnales para olvidar lo sucedido.

Partiendo de estas premisas, y en el caso que se entendiese como una pérdida de deseo, la siguiente cuestión sería: ¿de qué “deseo” se ha perdido? El deseo de que me besen, de que me acaricien, de que me penetren, de qué mantengan conmigo una felación. ¿De qué no tendría deseo? Es más, ¿serán mis deseos condicionados y condicionantes por el tipo de educación sexual recibida? Reflexiones para pensar entre las tumbonas de la piscina y la arena de la playa entre los dedos.

Para finalizar, quiero concluir con dos medios consejos: uno, que si aún estáis a tiempo de pensaros el ir en plan familiar, valorad el desechar la idea. Se dice que “mejor solos que mal acompañados”. Una cosa son las visitas puntuales y otra muy distinta, estar continuamente viendo la cara de quien no te dejará disfrutar de tu periodo estival; y dos, un propósito para mejorar el entendimiento entre parejas, “aceptemos los bilingüismos eróticos entre los sexos, practicando el saber si en nuestras parejas deseamos o no lo mismo, los cómos y los cuándos de ese deseo, aceptando y promulgando las diversidades”. Feliz y hedónico verano.

Rosa Montaña

Sexóloga y médico de familia